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Retrato del poco conocido pintor de los vitrales más icónicos del país

Retrato del poco conocido pintor de los vitrales más icónicos del país

 

Empotrado en el cañón del río del Guáitara, que recorre el municipio de Ipiales, se encuentra el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Las Lajas, lugar donde, según los relatos populares, una indígena y su hija, a mediados del siglo XVIII, descubrieron en una pequeña gruta una imagen de una virgen mestiza. La noticia de la aparición y de los milagros atrajo a hombres y mujeres de todo el virreinato de la Nueva Granada, que llegaban a una pequeña iglesia de madera y paja con la esperanza de que la madre de Jesús les cumpliera sus peticiones y deseos.

 

Pasaron dos siglos y el humilde templo poco a poco se transformó en la imponente basílica menor de Nuestra Señora del Rosario de Las Lajas, la que, desde su inauguración a mediados del siglo XX, atrae tanto a peregrinos y penitentes adoradores de la virgen como a turistas curiosos por ver con sus propios ojos una construcción de estilo neogótico que nace de las entrañas de un rocoso cañón.

 

Los grandes vitrales de eventos bíblicos en los que la luz juega con los colores de los vidrios creando un ambiente claroscuro que da una sensación de sacralidad son una de las atracciones de la iglesia. A diario, miles de personas toman fotos de estos y las publican en redes sociales sin interesarse por quién los hizo. Lo mismo sucede con los vitrales de la Basílica Menor de Nuestra Señora de Lourdes, en Bogotá, o del Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino, en Pamplona (Norte de Santander): todos quedan maravillados con la obra de un mismo autor que casi nadie conoce.

 

Los claroscuros de Walter Wolff

 

El artista desconocido por millones de colombianos que en algún momento de la vida han visto alguno de sus vitrales se llama Walter Wolff y, se estima, elaboró más 10.000 metros cuadrados en obras que decoran las iglesias y salones privados en toda Colombia. Pese a su importancia dentro de la historia del arte contemporáneo del país, poco o nada se sabe de él. No hay una biografía y sus menciones en los libros de arte colombiano alcanzan un máximo de dos o tres líneas. Sin exagerar, las personas que pueden hablar con propiedad de Wolff son contadas con los dedos, entre ellos, el anticuario Bernardo Páez Pinzón y la historiadora e investigadora del Archivo General de la Nación, Eliana Paola Barragán Murilo.

 

Walter Wolff hace parte de la lista de extranjeros que hicieron importantes aportes al mundo cultural colombiano pero que por alguna razón fueron condenados al ostracismo, tal como le sucedió a Seki Sano, el dramaturgo japonés expulsado en 1955 que en pocos meses de su paso por el país formó a varios actores. De la vida de Woff hay más preguntas que certezas. Gracias a las indagaciones de Bernardo Páez, cuya obsesión por el personaje lo llevó a Alemania, se sabe que el 6 de junio de 1906 en Düsseldorf (Alemania) y que a una corta edad se volvió escultor.

 

En una carta remitida por Páez al Archivo General, escribió: “en la investigación que me llevó a Alemania, tuve la oportunidad de ser atendido por la señora Wilrrique Bricman, directora de los talleres de restauración de vitral más famosos del mundo en la Catedral de Colonia. Ella asegura que Walter Wolff es emanado de la Academia de dicha ciudad y que los vitrales son hechos con la misma técnica del siglo XII”. Sin embargo, en su investigación, Eliana Barragán explora la posibilidad de que Wolff haya estudiado en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf. Dato que no se ha podido comprobar porque, según la respuesta dada por la archivera Miriam Müller a Barragán, la institución no tiene “las listas de los estudiantes para el período comprendido entre 1896 y 1936 debido a pérdidas sufridas en la guerra”.

 

De acuerdo con el expediente migratorio consultado por la investigadora del Archivo General, el 28 de febrero de 1930, el escultor alemán llegó a Barranquilla a la edad de 24 años, procedente de Barcelona. Y aquí surgen las primeras preguntas sobre la vida de Wolff que por ahora no tienen respuesta: ¿Por qué salió de su natal Düsseldorf hacia España? ¿Cómo terminó en Colombia, un país que en el contexto de la intensa migración que se presentó en el periodo entre guerras era poco atractivo, comparado con Estados Unidos, México o Argentina? Por el momento se conjetura que llegó acá huyendo de la Guerra Civil Española.

 

De Barranquilla Wolff viajó a Medellín. Vivió allí dos años y en 1932 se radicó en Bogotá en donde abrió su taller en la calle 12 No 2-52, en pleno centro de la ciudad. Nada se sabe de su vida privada o de su círculo social, si acaso que en 1937 contrajo matrimonio con Raquel Gaitán Cardozo, en el municipio de Colombia, Huila. Durante 50 años, el artista alemán elaboró cientos de vitrales. En 1948 entregó los que adornarían la Basílica Menor de Nuestra Señora de Lourdes, una iglesia que comenzó a construirse en el último tercio del siglo XIX, en el barrio Chapinero de Bogotá.

 

Trágica fue la muerte Wolff, que todavía permanece en el absoluto misterio. Un artículo escrito por Luis Carlos Aljure en 2002 para la Revista Cromos, titulado “El alemán que llenó de vitrales a Colombia”, cuenta que a los 74 años “lo encontraron desnudo y tendido en la cama a finales de septiembre de 1980”, al parecer, víctima de un asalto. Así, murió un hombre que, según Aljure, “a sus años gozaba de una salud de roble, a pesar de trabajar toda la vida con plomo” y que, por su importancia en los círculos católicos y culturales de país, debió gozar de fama y prestancia pero que su recuerdo y memoria se desvanecieron por arte de magia.

 

    

 

Patrimonio de todos los colombianos y colombianas

 

El interés de Bernardo Páez, por Walter Wolff no era fortuito. Diez años después de la muerte del artista alemán, el dueño del anticuario La Niña de la Columna comenzó a recolectar sus pinturas a color, bocetos y documentos. En el artículo de la Revista Cromos explica que compró 300 dibujos a comerciantes en el mercado de las pulgas y a personas que iban a su negocio a ofrecerlos, años después también dijo que se los había adquirido a familiares lejanos.

 

De acuerdo con la investigación de Eliana Barragán, Paéz habría comprado en 1992 parte de los dibujos “a un cuidandero o empleado” de la señora viuda de Walter Wolff, Raquel Gaitán Hernández, que “los recibió, junto con otros bienes, como parte de pago de sus servicios tras la muerte de la mujer”. El anticuario le habría pagado al empleado la suma de “170.000 pesos por concepto de una caja de dibujos y patrones para vitral hechas por el señor Walter Wolff Wasserhoven”.

 

Páez quería, cuenta el artículo de Aljure, encontrar mecenas que le financiaran un libro sobre la vida de Wolff y el montaje de una exposición, sueño que no pudo cumplir. Así en 2012, dirigió una carta al Archivo General en la que le ofrecía 300 dibujos por un valor de 45 millones de pesos y que estaba acompañada por un mensaje manuscrito que dice: “Incluyo 12 dibujos originales para que puedan analizar parte del estilo, la calidad y la realización. Solo una pequeña muestra, los demás los pondré a su disposición cuando lo consideren prudente”.

 

El Archivo General de la Nación se interesó por la propuesta e inició el proceso para obtenerlos. Sus funcionarios hicieron las inspecciones correspondientes: evaluaron los dibujos, visitaron las instalaciones de La Niña de la Columna, entrevistaron a colegas de Páez e indagaron con la policía sobre la legalidad de la obra del vitralista. En 2013 cerraron el negocio y un año después le compraron al anticuario otros 161 documentos que, cuenta Barragán, él le había adquirido a Maritza Gaitán Peña, sobrina de Raquel Gaitán.

 

Todo ese acervo compuesto por 478 documentos iconográficos fue bautizado Fondo Walter Wolff Wasserhoven. La adquisición fue celebrada por funcionarios de la institución. Hacerse a la obra del artista alemán, significaba el primer paso para sacarlo del ostracismo en que había caído luego de su muerte. Sin embargo, el análisis, catalogación y caracterización a profundidad, necesaria para ofrecérsela al público, no se pudo hacer de manera inmediata y los dibujos quedaron resguardados en una de las bodegas del Archivo.

 

Pasaron casi diez años hasta que Eliana Barragán se interesó por organizar y describir el fondo “con fundamento en los principios, métodos y normas técnicas de la disciplina archivística”. Este proyecto de investigación fue su tesis para optar por el título de maestra en Archivística Histórica y Memoria de la Universidad Javeriana. Durante meses ella se sumergió en los 478 bocetos de Wolff, buscó sin éxito a Páez para entrevistarlo y se leyó todos los documentos relacionados con la compra del acervo documental.

 

Además de arrojar algunas luces sobre la vida de Wolff, Barragán caracterizó el fondo con valiosa información que seguramente le servirá a los historiadores e historiadoras para hacer la biografía de este vitralista y su importancia en arte contemporáneo colombiano. Gracias a la investigación se sabe que 31% de los documentos son de gran formato (cuyo lado más largo oscila entre 237,9 y 336,4 cm); que el 64,2% de los dibujos se hicieron con lápiz de grafito; que más del 90% de las piezas “coinciden con los denominados cartones, que corresponden a los dibujos de la composición del vitral a escala 1:1 o tamaño real”; o que el 99% de las ilustraciones contienen representaciones figurativas (personajes, escenas, vegetales, animales, objetos y paisajes) y que de estas el 84% “corresponde a iconografía religiosa católica”.

 

La adquisición por parte del Archivo General de la Nación de los bocetos de Walter Wolff y posterior trabajo de Eliana impidieron que se desperdigaran en manos de coleccionistas privados o que se deterioraran o perdieran para siempre. Resguardar este fondo también es proteger la memoria de una de las facetas del arte colombiano: la del vitalismo que se encuentra en todos los rincones del país.

 

          

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