Agustín Agualongo y las otras memorias sobre la construcción de la república
Desesperado, sin oportunidad de derrotar a las tropas republicanas comandadas por Tomas Cipriano de Mosquera, el rebelde realista Agustín Agualongo ordenó incendiar Barbacoas y emprendió su huida hacia las montañas de Pasto, en donde, en 1822, el levantamiento pastuso contra la nueva república comenzó. Era 1 de junio de 1824. Pese a la derrota, el militar pastuso mantenía la esperanza de volver a engrosar sus tropas con indígenas de los resguardos de la región, negros de las minas de oro del Patía y mestizos realistas, y así, mantener viva una rebelión que se había vuelto la piedra en el zapato de Simón Bolívar y sus planes de expulsar definitivamente a los españoles de Suramérica.
El 23 de junio, Agualongo ascendía las montañas de la cordillera que lo conducirían a Pasto cuando se encontró con un pequeño contingente patriota comandado por José María Obando y José María Córdova. La intensa lluvia permitió que los rebeldes emprendieran la huida por diferentes frentes. Experto en guerra de guerrillas, Agualongo estaba acostumbrado a la táctica de dispersión, pero esta vez no le funcionó y al día siguiente fue capturado. “Logré la aprehensión del incendiario de Barbacoas, el general Agualongo”, escribió Obando al coronel José María Ortega.
Trasladado a Popayán, Agualongo recibió la pena a muerte. Según la biografía escrita por Sergio Elías Ortiz, miembros del clero de Popayán le ofrecieron a este líder indígena suspender la sentencia y un alto rango en el ejército Libertador a cambio de jurar lealtad a la nueva república. Agualongo respondió “¡No!” El día de su ejecución, el 13 de julio de 1824, pidió vestir el uniforme militar realista y que no le vendaran los ojos. Al tronar los rifles, gritó ¡Viva el rey!
Con la muerte del realista pastuso llegó a su fin una de las primeras rebeliones que afrontó la república creada por Bolívar en 1819 y el sueño de una visión política defendida por indígenas, mestizos, negros, e incluso, uno que otro aristócrata del sur que querían mantener su dependencia al rey de España en momentos en que la suerte estaba echada a favor de la república de Colombia.
Por su lealtad “a toda prueba” por encima de su propia vida, la devoción a la religión católica y la valentía con que afrontó el fusilamiento, Agualongo ha permanecido como un héroe para los pastusos; sin embargo, en el relato de la historia patria nacional ha sido olvidado o tratado de “indio ignorante”, antipatriota o antihéroe. Concepciones construidas pocos años después de su muerte y que aún se mantienen.
Sobre el levantamiento de Agualongo y de la gente en Pasto, Juan Manuel Restrepo, en su “Historia de la revolución en Colombia” (libro sobre el que se fundamenta buena parte de la historia patria del país), escribió: con la muerte de Agualongo “quedó enteramente pacífico el cantón de Pasto (…) Multitud de vidas y la destrucción casi absoluta de bienes muebles fueron los grandes males que trajeron a aquellos pueblos el fanatismo religioso, el político por la monarquía y su funesta ignorancia.”

Durante décadas, a Agualongo se le identificó como un “indio ignorante”, apelativo que encierra el racismo y la discriminación que ha caracterizado la historia país. Hasta hace pocas décadas a los sectores subalternos, como negros e indígenas, se les considero seres ignorantes, brutos, manipulables y sin el suficiente raciocinio político para tomar decisiones sobre a qué bando apoyar durante la Independencia. Incluso, se los ha infantilizado al argumentar que, de menara a similar a un niño que no quiere abandonar a su madre, negros e indígenas defendieron la Corona española porque no querían sentirse huérfanos. Es la negación de los subalternos como sujetos políticos.
En 1958 el historiador conservador pastuso y amigo del expresidente Eduardo Santos, Sergio Elías Ortiz, escribió una biografía reivindicatoria de Agualongo en la que habla de su origen mestizo (afirmación que la antropóloga y doctora en historia Marcela Echeverri, apoya en su tesis “Esclavos e indígenas realistas en la Era de la Revolución”). Desde ese momento dcomenzó el debate por establecer la etnicidad de Agualongo que tendrá consecuencias políticas en la interpretación de la competencia política de los sectores subalternos.
Entre los que mantienen la idea del indio Agualongo hay dos bandos: los que reproducen los prejuicios del historiador Restrepo y los que quieren reivindicar el papel activo de los indígenas en la Independencia. Pero también el Agualongo mestizo trae varias interpretaciones: unos creen que afirmar que este pastuso no era indígena significa perpetuar la idea del “indio ignorante”, manipulable y sin visión política; otros opinan que su origen étnico no es relevante a la hora de explicar los complejos años de la formación de la República de Colombia, creada por Bolívar.
Más allá de su etnicidad, el hecho cierto es que Agualongo encabezó una rebelión contra un sistema que afectaba la vida económica y política no solo de indígenas y negros, sino de una parte de la elite pastusa. Agualongo mantuvo su rebelión mediante alianzas y negociaciones con los distritos sectores sociales que tenían una visión política concreta: impedir el avance del republicanismo.
Agualongo, lideró a los indígenas de los resguardos de los pueblos de indios de Anganoy, Cambuco y Cumbal inconformes con los proyectos de acabar las tierras comunales y abolir los cacicazgos emprendidos por Bolívar, pero también estableció contactos con negros esclavizados y libertos del valle del río Patía en donde había un fuerte movimiento realista. Dos de ellos, Francisco Angulo y Jerónimo Toro hicieron parte de la comandancia de las tropas de Agualongo.
La historiadora Echeverri explica que esta alianza interétnica da cuenta de la perspectiva económica y política racional de los realistas, alejada de la ignorancia y el fanatismo con los que los calificó Restrepo. Tras dos tomas momentáneas de la ciudad de Pasto, una en 1822 y otra en 1823, Agualongo comprendió que para mantener una guerra constante contra la república debía asegurarse el control del valle del río Patía en donde se encontraban las minas de oro y de la costa Pacífica de Tumaco. Este dominio territorial le daría dinero suficiente para financiarse y el contacto con marineros españoles, peruanos y ecuatorianos que comerciaban con armas y pertrechos.
Las interpretaciones sobre Agualongo no son meramente históricas, sino que dan cuenta de una manera de pensar que todavía sigue siendo común en la actualidad: la de infantilizar y subestimar a las comunidades indígenas y afrocolombianas, negras, palenqueras y raizales cuando defienden proyectos políticos o protestas en contra o a favor de las acciones del Estado. Como todo en la historia, la reivindicación de Agualongo puede tener diversos usos políticos, los actuales hispanistas utilizan su figura para hablar sobre los fuertes lazos que construyó España con los indígenas. Pero en este caso, Agualongo permite hablar del racismo y discriminación contra sectores subalternos y de cómo a lo largo 200 años de vida republicana se han construido relatos homogeneizantes, excluyentes, que no permiten la coexistencia de otras memorias y ocultan la compleja construcción de la nación colombiana.
Para conmemorar los 200 años del fusilamiento de Agualongo, compartimos varios documentos en los que se narra los últimos días de su vida, desde que fue capturado por Obando y Córdova