Los wayuu y el agua: una historia más allá de la sequía
Desde que el tiempo comenzó a ser tiempo – cuentan los palabreros wayuu –, el abuelo lluvia (juyaa) visita a la abuela tierra (mma) para fecundarla y calmar la sed de sus nietos que habitan la península de La Guajira. Juyaa es estricto y pide al wayuu respeto por las tradiciones para que sus escasas visitas se hagan con regularidad.
Los wayuu saben que el agua es escasa y que llega en dos temporadas al año. En una, entre octubre y diciembre, el abuelo es generoso, en la otra, entre abril y mayo, no lo es tanto. Alrededor de los ciclos de lluvia y sequía los nietos de juyaa han basado su cultura. Para almacenar el agua durante las temporadas secas, construyeron los jagüeyes y crearon todo un sistema de reciprocidad.
“La luvia no llega de manera uniforme en toda la península, eso permitió el seminomadismo y la construcción de un sistema de reciprocidad que podemos denominar ancestral. Por ejemplo, si el agua comienza a escasear en el territorio de un grupo familiar, sus miembros se van a donde otro grupo familiar a vivir temporalmente y ahí se generan vínculos de solidaridad. Y lo más importante es que estas relaciones se mantienen a lo largo del tiempo”, cuenta Ignacio Manuel Epinayu Pushaina, bibliotecólogo y archivista wayuu.
Para los arijuna, nombre utilizado por la wayuu para describir a las personas que no son indígenas o no hacen parte de su pueblo, el aprovisionamiento de agua es visto como un desde una perspectiva desarrollista: construir acueductos y redes de distribución del líquido significa sacar del atraso a la población wayuu.
Sin embargo, Ignacio explica que su pueblo ve el agua de una manera más global que incluye el ámbito cultural: "El agua nunca ha sido abundante, pero también permitió nutrir el sistema cultural wayuu. Sin el agua no tendríamos la esperanza de que nuestro abuelo nos visite. Sin el agua no tendríamos ese ciclo de solidaridad de compadrazgo entre nosotros, no conoceríamos el territorio. Este ciclo de sequías también es una forma de reafirmación sobre el territorio".
Los wayuu saben que el agua se hace cada vez más escasa por cuenta del cambio climático, pero creen que, en el fondo, la razón por la que juyaa no los visita con la regularidad que lo hacía se debe a que ellos le han dado la espalda a sus tradiciones y han violado las prohibiciones impuestas desde tiempos inmemoriales.
Contexto: los intentos por llevar agua a La Guajira
A mediados del siglo XX, el Estado colombiano puso los ojos en La Guajira y la visualizó como un centro del desarrollo económico del Caribe colombiano a partir de la explotación salina en Manaure. Sin comprender muy bien la importancia del agua y del papel de los ciclos de lluvia en la cultura wayuu, los gobiernos de turno trataron de solucionar el problema de abastecimiento del líquido.
Los viejos y viejas wayuu recuerdan que durante el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla llegó a su territorio la empresa Proaguas a instalar molinos de viento para bombear agua de pozos subterráneos y a construir jagüeyes. Al parecer el programa fue un éxito. En un artículo de opinión, el exministro de Minas y Energía, Amylkar Acosta, escribió que en 1972 existían en La Guajira 625 pozos con molinos y 415 jagüeyes.
Según él, “Proaguas se había convertido en la bendición para las comunidades indígenas, que vieron cómo con la instalación de molinos de viento y la construcción de jagüeyes estos les sirvieron para que ellas pudieran calmar su sed y para que sus rebaños contaran con abrevaderos, además de contar con agua para el riego de sus pequeñas huertas caseras”.
Ignacio cuenta que los molinos fueron apropiados culturalmente por los wayuu y empezaron a formar parte de todo ese sistema de reciprocidades. “Además – explica – de reducir las distancias en los recorridos que se hacían, los molinos facilitaron la crianza de chivos y otras actividades. Si alguien en su territorio no tenía agua para darle a los animales los llevaba a donde su compadre y así se reproducía de nuevo esos lazos de reciprocidad que ya existían”.
Como el problema de acceso al agua de la población de La Guajira se ha abordado desde una perspectiva desarrollista, los informes y proyectos hechos para solucionarlo han estado cargados de miradas prejuiciosas sobre el indígena que han contribuido a formar la imagen errónea de que son presos, amantes de la vagancia…
La decadencia de los molinos de viento comenzó a finales de la década de los noventa del siglo pasado cuando el gobierno liquidó Proaguas. Se dejó de hacer mantenimiento a las torres y Jagüeyes. Finalmente, los pozos fueron abandonados. Desde ese momento, el Estado, la empresa privada y ONG han intentado varias soluciones para llevar agua a las comunidades indígena de La Guajira, sin mucho éxito.
En la actualidad el gobierno de Gustavo Petro puso en marcha el modelo de pila, cuyo piloto se instaló en Uribia y que consta de un centro de producción de agua potable y 11 centros de almacenamiento que garantizarán “el suministro de agua a 4.367 familias de 172 comunidades”. El pueblo wayuu saluda estas iniciativas, pero advierten que estas deben tener en cuenta su trasfondo cultural y las relaciones que han construido por siglos alrededor de los ciclos del agua y las lluvias.
El informe escrito por el ingeniero Medardo Angarita de 1962 resguardado por el AGN se encuentra en el Fondo Ministerio de Gobierno. En sus pocas páginas habla sobre el estado de los pozos, jagüeyes y molinos de viento, lo que constituye una información valiosa de la historia poco conocida de Proaguas y de los proyectos llevados a cabo desde la administración de Rojas Pinilla para proveer de agua a las comunidades de La Guajira.
Además de los planos y las descripciones sobre los proyectos emprendidos, el documento también es una buena referencia para comprender la mirada etnocéntrica, desarrollista y prejuiciosa que tenían los ingenieros y funcionarios del Estado sobre la cultura wayuu y que los llevaba a describirlos como perezosos, “incivilizados” o borrachos. Entre los datos importantes se encuentra, por ejemplo, que a los trabajadores indígenas se les pagaba $8,50 pesos diarios o que el número de molinos instalados entre 1955 y 1962 era de 298
Este documento resguardado por el AGN puede servir para los investigadores interesados en hacer una historia no solo de los servicios públicos en las regiones del país sino para establecer las transformaciones que el cambio climático está llevando a cabo en ellas.