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Manuel Saturio Valencia y la inexplorada violencia racial en Colombia

Manuel Saturio Valencia y la inexplorada violencia racial en Colombia

El juicio fue rápido. Sus verdugos no tenían duda de la pena que debía imponérsele a Manuel Saturio Valencia. Bastaron 6 días desde su aprensión para que el Consejo de Guerra lo condenara a muerte por presuntamente haber causado un incendio en Quibdó. De nada sirvieron los alegatos de la defensa, que intentó demostrar que Saturio no era un anarquista y que su deseo ver arder a la población no era parte de un plan premeditado, sino producto de su alcoholismo y de su historia de desamor con Deyanira Castro, mujer blanca de la pequeña élite.

 

No esta demostrado que Saturio sea un criminal nato: luego hay que ver si el aguardiente lo trastorna hasta quitarle la razón. Si fuera un criminal, convencido yo pediría al Consejo condenación sin misericordia; pero si como presumo, es un desgraciado que pudo estar loco en el momento de ejecutar el crimen, os digo: meditad, se trata de la vida de un ser humano. Antes de suprimir su existencia, ved si tenéis derecho. Ved si le conviene un manicomio o el presidio”, dijo Heliodoro Rodríguez, el médico defensor de Saturio.

 

National Anthropological Archives del Smithsonian National Museum of Natural (1885)
Creditos: National Anthropological Archives del Smithsonian National Museum of Natural (1885)

 

En una de las de introducciones a la tercera edición de “El fusilamiento del diablo”, novela de Manuel Zapata Olivella inspirada en el juicio de Saturio, el antropólogo Rafael Pereachalá Alumá afirma que en la tradición oral resuenan los relatos de la indolencia de los jueces que ni siquiera aceptaron “la oferta de la masonería encabezada por los sirio-libaneses Meluk que ofrecieron pagar la pena con su peso en oro”.

 

Torturado, Saturio confesó su crimen y en la madrugada del 7 de mayo de 1907, los jueces dieron su veredicto: el abogado afro y combatiente conservador de la Guerra de los Mil Días debía morir. En las horas de la tarde, cuenta Teresa Martínez de Varela en su novela “Mi Cristo negro”, Saturio, vestido de lila y con una corona de espinas en la cabeza, caminó hacia las afueras de Quibdó al compás de una canción fúnebre tocada por la banda marcial. Sobrevivió a las primeras ráfagas del pelotón de fusilamiento y una nueva ronda de balas acabó con su vida. Del paradero de sus restos nada se sabe porque fueron a parar a una fosa común.

 

La muerte de Saturio podría haber pasado al olvido. Sin embargo, los ecos de su vida volvieron a surgir hacia la mitad del siglo XX, cuando el historiador, etnólogo y político Rogerio Velásquez Murillo escribió “Memorias del odio”, una biografía contada en primera persona por Saturio. Décadas después Teresa Martínez y Manuel Zapata Olivella, se inspiraron en él para hacer sus novelas.

 

Todas estas obras tienen en común la denuncia del racismo estructural en Colombia que llevó a la muerte a Saturio. Cada uno a su manera explica que el incendió al parecer causado por él no fue la verdadera razón de su fusilamiento, sino el atreverse a violar las reglas raciales de la sociedad chocoana de inicios del siglo XX al enamorarse de Deyanira Castro y al virar del conservatismo hacia un pensamiento socialista. Recientemente, en un artículo publicado en EL Tiempo, el historiador Francisco Flórez, afirmo “Al final, a Manuel Saturio no se le persiguió por ser incendiario, que fue la circunstancia que aprovecharon para dictar la sentencia. A Manuel se le persiguió porque se le acusó de ser socialista y anarquista en una época en la que esto representaba ir en contra del orden establecido por el gobierno”.

 

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Mas allá de su tragedia, la vida de Saturio también narra esa historia aun por contar de cómo algunos afrodescendientes del Pacífico y del Caribe rompieron las rígidas estructuras sociales, se educaron y lograron protagonismo político en la Colombia de finales del siglo XIX e inicios del XX. De origen humilde, Saturio nació en Quibdó, en 1867. Su talento musical innato e inteligencia llamó la atención de los padres capuchinos, quienes le enseñaron música, a leer y a hablar varios idiomas.  También patrocinaron su carrera de Derecho en la Universidad del Cauca.

 

Por influencia de sus protectores, Saturio militó en el Partido Conservador y combatió a los liberales en Guerra de los Mil Días. También fue juez de Quibdó, una dignidad que se consideraba reservada para los blancos educados de la ciudad. Según los distintos relatos sobre su vida, el ascenso social y sus labores de juez le causaron el odio de la élite quibdoseña que se acrecentó cuando aparentemente abrazó las ideas socialistas y se conoció el romance con Deyanira Castro.

 

En la historia republicana de Colombia existen casos en los que mientras las elites políticas promulgaban los ideales de libertad e igualdad, eran implacables con los afrodescendientes que se atrevían a romper las estructuras racistas. Le pasó, a José Padilla, artífice de la Independencia colombiana y venezolana al triunfar en las batallas de la Noche de San Juan y de Maracaibo. Padilla, por estar en desacuerdo con el decreto que volvía vitalicia la presidencia de Simón Bolívar, fue acusado de participar en la Conspiración Septembrina y fusilado el 2 de octubre de 1828. Entretanto, a otros personajes acusados de hacer parte del plan de asesinato contra El Libertador, entre ellos Francisco de Paula Santander,   les fue conmutada la pena de muerte por el destierro.

 

Durante mucho tiempo los historiadores explicaron este hecho como un mero asunto pasional, en el que Bolívar poseído por la ira y al sentirse traicionado por su compañero de armas, ordenó fusilarlo. Pero investigaciones recientes, dan cuenta, que pese a la intensa relación que tuvo con políticos afrodescendentes de Haití y Jamaica, constantemente lo atormentaba la posibilidad de que negros, pardos y mulatos se levantaran y formarán una “pardocracia”. En 1825 El Libertador escribió “la igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que es su inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada”.

 

Décadas después, en la guerra civil de 1884 y 1885, ocurrió otra condena a muerte en contra de un político afrocolombiano. La víctima fue el abogado cartagenero y liberal radical Pedro Prestán, quien el 18 de marzo de 1885 reunió a un grupo de negros y mulatos, encabezó un movimiento revolucionario, se tomó la ciudad de Colón y se proclamó Jefe Civil y Militar. Días después, el 30 de agosto, en medio de los enfrentamientos entre las tropas de Prestán y de los conservadores, apoyadas por Estados Unidos, se desató un incendio de grandes proporciones en la ciudad.

 

Ahorcamiento de  Pedro Prestán. Ciudad de Colón (1885).
Ahorcamiento de  Pedro Prestán. Ciudad de Colón (1885). 

 

Poco a poco los insurrectos fueron derrotados y el líder negro huyó al Estado de Magdalena, donde fue capturado el 11 de agosto de 1885 y trasladado a Colón. Su juicio duró una semana y el 18 de ese mes, el Consejo de Guerra lo condenó a muerte por ahorcamiento. La ejecución se llevó a cabo sobre las vías del ferrocarril. Sus ultimas palabras fueron: “Hago uso del derecho de la palabra, no para defender mi vida, porque demasiado veo la corriente que me arrastra, desde la cual diviso a un lado, la oscura fosa que espera mi cuerpo, y del otro, la aureola que brinda la palma del martirio (…) Hago uso de este derecho para protestar contra el horrendo crimen que me imputáis, y para que el mundo sepa que el que hoy llamáis incendiario de Colón, es inocente ante Dios y ante los hombres de buena voluntad”.

 

Los casos de Saturio, Prestán y Padilla son una muestra de la violencia racial que ha ocurrido durante la era republicana. Una historia poco explorada y en la queda por dilucidar cómo la discriminación ración ha sido un componente importante en la larga historia de la violencia política y social en Colombia.